21 de jul. 2005

Catorcephenia 1: El Nervioso

La esquizofrenia es una cosa terrible, no lo dudo. Dos personalidades en eterno conflicto como dos polos negativos. Pero, ¿y tener catorce? Catorce caras, todas terminales, exclusivas. Catorce estados de ánimos terribles y prolongados, como catorce caracteres dentro de uno.

‘¿Puedes dejar de hacer eso?’
Miro hacia arriba y veo ante mí a mi novia naranja, con la que vivo. ¿Cómo? Sí, naranja. Esencialmente, ese es su color. Rosa y naranja, como un cerdito punk. Pero, como decía, levanto la vista y Naranja me está diciendo que pare por el amor de Dios de hacer eso, y eso es click-clickear con el bolígrafo diez mil millones de veces.
‘¿Hacer el qué?’, contesto yo a menudo.
‘Eso’, señala mi mano. ‘Hacer click-click con el bolígrafo. ¿Puedes parar de hacerlo?’
Invariablemente digo que sí, aunque sea una mentira asquerosa. Lo cierto es, siempre estoy haciendo cosas. Son los nervios. A veces, Naranja llega a casa y me encuentra sentado en el sofá llevándome pipas a la boca con movimientos demasiado rápidos para ser percibidos por el ojo humano. Quizás si me filmaran con una de esas cámaras modernas se vería el conjunto de movimientos de brazo y mandíbula que forman mi comer pipas. Es algo tan rápido que impresiona verlo.
‘¿Estás nervioso?’, me pregunta Naranja cuando llega a casa y estoy haciendo desaparecer pipas dentro de la boca con ágiles gestos de prestidigitador famoso.
‘No’, le digo yo. Y a mi lado, como un cadáver descompuesto, yacen las cáscaras de un millón de pipas con sal.
‘Sí, sí que lo estás. Se te nota’.
‘Ahora sí lo estoy, porque me estás preguntando si lo estoy’, le contesto mientras me echo sal a los labios en un gesto de fútil automortificación.
Como sucede en la mayoría de casos de CE (Compulsión Estéril), hacer cosas ayuda a calmar el nerviosismo. O, al menos, entretiene mientras pasan sus horas de mayor intensidad. Boli y pipas son dos de mis favoritos. Otro es el movimiento de saliva en el interior de la boca con ruiditos altamente irritantes. Otro es repeinarme el flequillo hacia un lado una y otra vez. Uno más es hacer crujir el dedo gordo del pie (el dedo que, también es mala suerte, me rompí la única vez en mi vida que he intentado darle una patada a un balón). Otro es estar de pie al lado del tocadiscos poniendo single tras single a 45 revoluciones; generalmente, éste es el grito de alarma que le indica a Naranja que estoy trepidando como una coctelera. Cuando llega a casa y estoy instalado en esa esquina, la pobre sale corriendo a buscar la hipodérmica sin mediar palabra.
En días de histeria paranoide, y si veo que ninguno de los gestos motrices cumple su función tranquilizante, intento una combinación de todos. Boli, saliva, dedo, singles, pipas, repeine. Vuelta a empezar. Boli, saliva, dedo, singles, pipas, repeine. A veces, cuando termino el ciclo completo de dos millones de veces, me observo en el espejo y solo veo a un monstruo informe de labios siliconados y flequillo aplastado a lo Adolf Hitler. A veces, cuando termino el ciclo completo, tengo de llamar a Naranja a casa de sus padres y suplicar que vuelva a mi lado.
‘Eb ferio. Ya eftoy fien. Fuedef folfer’.
‘¿Por qué hablas así? ¿Se te han vuelto a hinchar los labios por la sal de las pipas?’
‘Fo’.

KIKO AMAT
(Primera entrega de la serie de catorce artículos "Catorcephenia" que se irán publicando cada miércoles por el espacio de tres meses en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia. Esta primera, "El nervioso", se publicó el miércoles 6 de Julio del 2005)