8 de jul. 2008

Dada y punk: Anti-arte contra no-arte

El movimento anti-artístico de los años 20 engendra descendencia cincuenta años después en Londres ¿Verdad o Acción?

Arte. Ahí es cuando saco el revólver. Nada dispara más mi desconfianza que esa palabra; es como si me advirtieran que alguien disemina ántrax con el aliento. Lo cierto es que no es difícil sospechar del arte: Tiene aspecto de fraude estudiantil, una cosa intangible e inútil que sólo los “expertos” dominan y que sirve para estamparle a la gente en la nalga un sello con su clase social. ¿Arte? Quita de aquí, anda.
Es este particular outlook el que me acerca y, a la vez, aleja de dada y sus métodos. Porque, verán, en mi opinión, el problema con dada es precisamente su intención de ser anti-arte. Por mucho que los violentos exabruptos de Tristan Tzara, Arp, Picabia y la panda del Cabaret Voltaire de 1916 tuviesen como objetivo “destruir el arte”, por mucho que su odio fuese legítimo (marchantes de arte, artistillas fariseos, poetas laureados)... Al final, el tifón dada se desencadenó en un entorno artístico y sus acciones anti-arte siempre terminaron produciendo algún tipo de arte, en una contradictoria e infinita cinta de Moebius teórica que sus componentes se esforzaron -sin éxito- en cercenar. Todo ello hace de dada un fenómeno recuperable: el anti-arte siempre podrá venderse como arte. Sólo hay que darle tiempo.

Dada y punk: ¿Hermanos o primos?
Greil Marcus casi se lastima rastreando conexiones entre dada y punk en su libro Rastros de Carmín. “Empecé a preguntarme de dónde venían aquellos gestos”, afirmaba el escritor americano tras toparse con los Sex Pistols. “¿Aquella voz surgía de la nada, o algo la desencadenó?”. Su curiosidad le hizo ponerse a desenterrar con ojos de orate cualquier tipo de grupúsculo contracultural pretérito: dada, letristas, situacionistas... Todo para dar con la “alquimia” que los reproducía en el tiempo. Marcus admite que no fue él el primero en señalarlo, que en el Londres del punk la palabra dada salía en todos los fanzines y “la supuesta involucración de Malcolm McLaren [manager de los Sex Pistols) en la espectral Internacional Situacionista era moneda corriente en la prensa musical”. Tuvo que venir Johnny Rotten (ahora John Lydon) de los Sex Pistols a lanzar el primer jarro de agua fría encima del linaje trazado por Marcus. En su autobiografía Rotten. No irish, no blacks, no dogs, Lydon manifestaba que “todo el rollo de los situacionistas franceses y el punk es una chorrada. ¡No tiene sentido! Eso si que es charlatanería de libro. Las revueltas de París y el movimiento situacionista de los sesenta son pijadas de estudiante artie francés”. En el filme de Julian Temple The Filth and the fury Lydon insiste en ello, burlándose de las conexiones con dada y alineándose en la tradición del vodevil cómico inglés de Ken Dodd.
Decida uno creerse o no la boutade de Lydon, hay algo incontrovertible en sus palabras. Y es que el punk inglés jamás operó en un entorno artístico; ésa es la diferencia principal con dada. Aunque algunos de sus originadores vinieran de art schools (Jamie Reid -que adaptó pósters letristas para los Pistols-, el propio McLaren) o los métodos usados fuesen similares (nihilismo, antiautoritarismo, absurdo, confrontación directa, teoría polpotiana de Año Cero cultural y rechazo -si bien ficticio- de la tradición) lo cierto es que el grueso del punk lo componían los freaks descastados del barrio, bootboys con un pie en la pared y el otro en la oficina del paro, chicos de clase obrera sin esperanza, herederos de una cultura popular útil, sin adorno, sin academia. Si uno quiere buscar los verdaderos cimientos del punk, ahí están: reggae y dub, descampados y pajas, la huelga de basuras del 1974, Roxy Music, la anfetamina de los mods, ruido blanco vía The Who. Chicos con botas, chicos de club, mal cutis y ropa de trapería, la angustia primordial de los suburbios: Eater, Clash, Jam, Cortinas, Adverts, Rezillos, Damned, 999, X-Ray Spex, Stiff Little Fingers, Sham 69, Subway Sect. Tocando para ellos mismos, tocando porque no había otra cosa, porque las canciones eran el único escape. Sin buscar la apreciación, ni siquiera el odio (como hizo dada), de la clase artística; funcionando en otro plano, otro mundo, música para bailar y ponerse to’loco. El ruido roto de los chicos sin estudios, el único modo de rozar la belleza desde las casas baratas: eso es punk. No lo busquen en las galerías de arte, porque no está allí. O no debería.

Kiko Amat

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 25 de junio de 2008)