10 d’oct. 2008

Amargados, pero juntos

Todo empeora, y la experiencia es una arma de doble filo. El paso del tiempo te hace bueno, y luego, injustamente, malo. Los ejemplos están por todas partes, en todas las disciplinas: ¿Martin Amis? ¿The Rolling Stones? ¿Los hermanos Coen? Cada vez más buenos hasta alcanzar el cénit (que llamaremos A) y luego en barrena, firmando obras cada vez más inmundas hasta el punto de vertedero total (que llamaremos Z).
El escritor canadiense Douglas Coupland despegó con una obra casi perfecta (Generación X), continuó su gallardo ascenso con Planeta Champú (1992) y La vida después de Dios (1994), franqueó sonriente las puertas doradas de su A (Microsiervos, 1995) y escogió al menos una portezuela errónea (la espantosa Todas las familias son psicóticas, del 2001) para empezar a precipitarse a la Z como un yunque. Pero... ¡No! Coupland rectificó a milímetros del suelo y volvió a ascender, como un petardeante avión cuyo motor hubiese regresado a la vida. La última prueba de ello es El ladrón de chicles. Que no es su segundo cenit, pero al menos está asentado en la curva ascendente. Los que éramos fans -y desde hacía unos años jurábamos no conocerle de nada- respiramos aliviados.

Porque El ladrón de chicles es bueno, muy bueno. Qué narices: es sensacional. El libro está estructurado de forma epistolar, y recoge la correspondencia entre dos trabajadores de un mart de material de oficina, ambos cómplices en la amargura: Roger -un cuarentón divorciado y taja- y Bethany, una adolescente gótica. Coupland aprovecha esta excelente materia prima humorística inyectándole una venenosa dosis de hastío, pathos y náusea existencial. En medio de esa correspondencia está la novela-dentro-de-la-novela que Roger está escribiendo, Glove Pond (una sátira de ¿Quién Teme A Virginia Woolf?); y crueles sátiras del relato de taller literario (“Escribe una historia desde el punto de vista de una tostada”); y multitud de vitales personajes periféricos. Y suficiente dolor, culpa (“No me merezco un alma, y aún así tengo una. Lo sé porque me duele”), drama y broma macabra como para angustiarse un año entero.
Ignoren lo que dice la faja de que este libro es un “gran placer postmoderno”. No puede ser postmoderno, porque duele: Ahí, ahí y también ahí, donde se están tocando ahora mismo. El ladrón de chicles está vivo, y les va a matar de risa y les va a hundir el día. Qué más rayos quieren.
Kiko Amat


El ladrón de chicles
Douglas Coupland
El Aleph
283 págs.

(Artículo publicado en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 8 de octubre del 2008)